Mi experiencia de Servicio Voluntario Europeo acaba de llegar a su fin, pero son tantas las emociones y vivencias que ha propiciado, que todavía sigo asimilándolas.
Aún recuerdo como, al principio, la confusión y el asombro estaban presentes la mayor parte del tiempo; no solo me tuve que enfrentar a comida muy distinta a la mediterránea, sino también a dos nuevos idiomas (ruso y letón), una cultura diferente, personas que conocía por primera vez… y condiciones climáticas dignas de disuadir al escalador más experimentado.
Viniendo de una ciudad como Alcobendas, la vida rural me sorprendía (y maravillaba) a cada instante. Y, más pronto que tarde, comencé a disfrutar las nuevas experiencias; de repente, un día, encontré felicidad mientras limpiaba de hojas secas el jardín de la residencia de ancianos. También sentí verdadera alegría la primera vez que cociné sopa Borscht al aire libre.
Mi admiración hacia los letones surgió cuando empecé a asistir a sus ceremonias y celebraciones varias. Pude comprobar cómo todo el mundo se involucraba y aportaba su granito de arena (ya fuese cocinando, haciendo fotos, limpiando, llevando mobiliario de su casa…). Hasta los niños más pequeños echaban una mano y amenizaban el evento. Resulta conmovedor ver cómo los letones aprecian y conservan sus (múltiples) tradiciones. Para ellos mantener su esencia e identidad es algo prioritario (quizás debido a su duro pasado, pues históricamente han sufrido constantes represiones).
Me enamoré a primera vista de la naturaleza que me rodeaba. Encontré verdadera belleza en los incontables paisajes verdes. Además, me acostumbré a ser despertada (temprano) por el trinar de los pájaros. Desde mi cama también podía escuchar el ruido metálico del cubo mientras algún vecino sacaba agua del pozo. Esos sonidos únicos me transmitían una paz y tranquilidad inmensa.
Me llevó un tiempo encontrar mi lugar allí; descubrir cómo ayudar a la comunidad local y sentirme capacitada para ello. Los talleres con niños se convirtieron en un éxito y tuve la oportunidad de enseñar inglés en el colegio de Rekova. La falta de un lenguaje común podría haber sido un problema, pero gracias a la paciencia, el afecto y la dedicación de profesores y alumnos, sacamos el curso adelante. Pude acompañar a los más mayores mientras se iban afianzando en este mundo y forjando como personas, y me emocioné cada miércoles y viernes con la ilusión inagotable de los más pequeños al verme entrar en la guardería. Su ternura y cariño fueron esenciales en mis primeros meses allí. Sus cálidos abrazos me ayudaron a afrontar el frío y la oscuridad del invierno.
Tengo la certeza de que mis alumnos me han enseñado mucho más que lo que yo haya podido llegar a inspirarles a ellos.
He tenido la oportunidad de sumergirme en la cultura letona: he ido a la sauna tradicional y luego nadado en el lago a -20ºC, aprendido a tocar canciones populares con la guitarra, celebrado mi Vārda diena (día de mi santo), acudido al festival nacional de canto y danza… Pero también he tratado de acercar la cultura española y nuestro idioma a cualquiera que estuviese interesado (en colegios y centros juveniles de la zona, pero también en el ayuntamiento; ¡sus trabajadores fueron modélicos alumnos de español!).
Viajar (en Letonia y en el extranjero) ha sido una parte muy importante de mi vida durante los últimos casi 11 meses. Me he convertido en una experta mochilera, llevando conmigo sólo las pertenencias más esenciales, conociendo personas con estilos de vida de lo más variopinto, haciendo amigos internacionales y experimentando la multiculturalidad en su esplendor. En estos viajes me cercioré de lo importante que es tener la libertad de ser uno mismo, de descubrir, expresarse y compartir… sin barreras.
Me fascina cómo los letones muestran su gratitud y aprecio regalando flores y plantas. Dedican tiempo a elegir y cortar las flores y a preparar ramos con ellas. Lo cierto es que prestan mucha atención a los detalles y son capaces de alegrarte el día de muchas maneras diferentes: presentándose en tu casa con verduras que han recolectado o comida letona recién cocinada, hospedándote, enseñándote a recoger setas o frutos rojos en el bosque, haciendo de chófer cuando lo necesitas, sugiriéndote planes para el fin de semana o, simplemente, interesándose por ti cuando no vas a la tienda de alimentación durante un par de días seguidos.
Todavía soy capaz de evocar, entre oleadas de ternura, la mañana en la que mis alumnos de séptimo llamaron a mi puerta y, al abrir, les encontré con los brazos llenos de flores que habían ido a recoger al bosque a las siete de la mañana. Era abril (todavía invierno en los países bálticos) y venían empapados en rocío y barro, pero con la mirada brillante de quien sabe que está haciendo el regalo más bonito del mundo.
De este modo, la población local no solo me abrió las puertas de sus casas, sino también sus corazones. Terminé sintiéndome totalmente integrada en el municipio. Fue una gran suerte dar a parar a Viļakas novads, un remoto condado rural situado en los confines de Letonia (y a tan solo 8km de la frontera con Rusia) lleno de gentes amables y generosas. A algunas de ellas solo las conocí durante un par de horas (y aun así, me colmaron de acciones desinteresadas y genuinas), y otras (muchas) se han convertido en excelentes amigos.
Una de las lecciones vitales más importantes que he asimilado durante mi aventura SVE es que la vida es lo que sucede aquí y ahora. No merece la pena atormentarse por el pasado o preocuparse por el futuro. He recuperado la capacidad de sorprenderme, ilusionarme, emocionarme… todos los días. Ahora soy capaz de disfrutar y atrapar el momento, sintiendo la plenitud de cada instante.
EL SVE (Servicio Voluntario Europeo) es una experiencia demasiado enriquecedora como para dejarla escapar. Suena a cliché, pero lo cierto es que te cambia la vida y la forma de vivirla. Es por eso que animo a todo aquel que se lo esté planteando, a dar un paso al frente y probarlo. Por supuesto, los primeros pasos pueden dar un poco de miedo, pues se trata del comienzo de un nuevo reto. Pero, en el fondo, solo es cuestión de poner, reiteradamente, un pie delante del otro. Y un buen día, al alzar la vista, te encontrarás en un lugar completamente nuevo desde el que podrás contemplar unas vistas espectaculares.
Ahora debo dar paso al próximo viaje, pero siempre atesoraré y recordaré este como “La gran aventura”. Sin embargo, no hubiera sido así sin el apoyo y la confianza de muchas personas. Les estoy tremendamente agradecida por darme la oportunidad de formar parte de este proyecto y por todo su cariño y comprensión.
Dicen que el hogar no lo conforman unas paredes y un techo, sino las personas que lo albergan. Sé que en Letonia siempre tendré un hogar, pues a pesar de sus bajas temperaturas durante el largo invierno, es un país de corazones cálidos.
The project Nr. 2017-1-LV02-KA105-001561 “Never be the same again” was financed with the support of European Commission’s “Erasmus+: Youth in Action” administered in Latvia by the Agency for International Programs for Youth. This publication reflects only the author’s views, and the Commission cannot be held responsible for any use which may be made of the information contained there in.